En todas las religiones y en todas las culturas, sentarse alrededor de una mesa servida o preparar los alimentos para compartir, es parte de la riqueza cultural y del ritual. Anthony De Mello.
- LA COMIDA Y LA IDENTIDAD
Al ver nuestra propia identidad como ecuatorianos observemos como cada festividad tiene una comida típica y apropiada para el momento y el lugar. La colada morada, la fanesca, los pristiños, las humitas, los tamales, el dulce de higos, la chicha, entre muchos otros. Cada uno de estos exquisitos platillos nos conectan con diferentes épocas del año, pero también tienen la facultad de evocar diferentes sentimientos y emociones. Talvez porque como sociedad esos alimentos llevan implícito un motivo, que aunque no conozcamos a ciencia cierta su significado, de alguna manera lo intuimos y la comida forma parte de nuestra identidad en forma metafórica y literal.
- NUTRIR CUERPO Y ALMA
«Quien comparte su comida no pasa solo la vida» Anónimo. En todas las culturas las principales fiestas y ceremonias, los momentos sagrados tienen algo que ver con la alimentación. La comida representa algo más que nutrir el cuerpo, es algo más que una cantidad de proteínas o carbohidratos.
La comida conlleva en sí un simbolismo más profundo y universal relacionado con formas muy sutiles de nutrir a todo nuestro ser.
¿Con quién compartimos la mesa? Si miramos en nuestro pasado familiar y cultural, nos daremos cuenta que compartir la mesa es un acto ritual, es un momento pleno de significado, un honor que hacemos a otros, porque en esa mesa se servirá lo mejor, lo de alta calidad. Y el hecho de cocinar para alguien es entregar en esa preparación no solamente la habilidad culinaria, sino y, sobre todo, el afecto de regalarle al otro el tiempo y la creatividad con la que han sido elaborados esos manjares.
- LA SENSUALIDAD
«Que la comida sea tu alimento y tu alimento tu medicina». Hipócrates.
No solo debido a que las experiencias tanto de cocinar como de comer, son una situación que nos pueden conectar de forma muy profunda con la sensualidad de la vida, a través de lo que el cuerpo tiene que decir de tal o cual alimento; ya que la comida pone en actividad a todos nuestros sentidos. Percibimos la vida por medio del olor de los alimentos, de sus colores, de sus texturas, de sus sabores incluso del sonido que podemos percibir al pelarlos, triturarlos o cortarlos.
Nuestro cuerpo puede entrar en plena consonancia con el hecho de preparar o comer algo. Lo que le sucede al cuerpo nos lleva a otros lugares más profundos y sutiles de nosotros mismos. Hay alimentos que recuerdan el calor del hogar, otros la dulzura de la compañía, manifiestan el cariño a través de la paciencia para su elaboración.
Sentarnos a la mesa a compartir alimentos, evoca la capacidad de dar, de compartir, la apertura para dejarse nutrir. Cuando somos capaces de reunirnos en torno a los alimentos, estamos abiertos a que esa experiencia cree lazos de confianza, de alegría y en muchas ocasiones el momento puede volverse inolvidable.
Para compartir solo hace falta estar presente, eso es precisamente lo que es sentarse a la mesa. El momento de comer se convierte en un espacio cargado de significado. Cuando se comparte totalmente se crea un ambiente de intimidad y las personas que están sentadas en la mesa pueden contar sus historias y experiencias. Entonces el comer nos permite tener un momento para hablar del pasado y conocer lo que nos ha precedido, pero también para soñar en el futuro y planificar lo que vendrá.
- UN ACTO DE GRATITUD
La experiencia de compartir alrededor de una mesa es dotar de significado al presente, a través de la gratitud, que se manifiesta tanto en el que da, ya que en torno a su mesa han asistido amigos o familiares, personas que son importantes para el anfitrión y que tienen algún significado en su vida; y con su presencia corroboran el interés mutuo que tienen en esa relación.
El invitado que es el que recibe, también puede experimentar la gratitud ya que en su honor y por el placer de su compañía se ha concretado este momento de unidad. Entonces el compartir la comida es una experiencia significativa porque nos habla del calor del hogar que congrega.
Cuando nos sentamos a una mesa que nos acoge, en la cual encontramos aquello que nos nutre y nos satisface, entramos simbólicamente en un estado de cuidado y calidez. ¿Acaso el primer acto humano no es el de buscar el seno de la madre para alimentarse física y emocionalmente? No nos debería admirar que busquemos repetir ese sentimiento de agrado y serenidad con la gente que más queremos sentir cercanos en nuestra vida.